Walter Lewis se sentó en un banco de Memphis, cojo como estaba de una pierna, después del accidente en el medicine show. Había decidido dejar su profesión de barrendero y apostar por su vocación que llevaba dentro desde pequeño. Cantante de blues. Alguien le había puesto, Furry Lewis, Lewis el peludo, cuando un vecino le enseñó a tocar la guitarra al estilo hawaiano. Sentado en aquel banco de Memphis repasaba su vida de hambre y de necesidad. Soñaba con el éxito, soñaba con las notas. Era negro, vivía en plena crisis del 29, cualquier policía le podía pedir cuentas, acusarlo de homeless, sin esperanza, sin derechos. “Me habían arrestado por falsificación y no sabía firmar. Me arrestaron por asesinato y nunca había tenido un arma en mi vida”. Había nacido en Mississippi y ahora en un banco de Memphis recién salido de la cárcel con su guitarra soñaba con cambiar algo en su vida, quería que todo fuese diferente. Aunque ahora todos los días parecían viejos. Furry tuvo unos años buenos, murió en 1981 como mueren lo hombres de río gastados y derrochados, con una canción en los labios.