Decía Jardiel Poncela que para juzgar una cosa debe conocerse a fondo. “El que juzgue a un criminal debe saber matar con absoluta limpieza, y el que haya de verse en el trance de juzgar un adulterio tiene que haber sido adúltero, por lo menos, veintiocho veces. “....un ladrón se presenta ante el juez y puede meterle camelos impunemente”. - “Señor juez: juro que soy inocente. Es verdad que yo entré en la casa a medianoche con una palanqueta, pero mi propósito no era más que abrir la puerta del cuarto de la criada, porque es de mi pueblo y estaba ya al caer, señor juez... Una vez dentro de la casa, vi la caja de caudales abierta, y para que no la robasen la vacié yo, con el propósito de llevar el dinero al día siguiente... Sólo que, claro, luego me ha dado pereza llevarlo.”
Esto puede decir un acusado de robo hoy día. Pero el día que los jueces que entiendan en estos asuntos estén entrenados en el asalto nocturno de domicilios, aquel día el ladrón no podrá meter semejantes camelos, porque el juez le gritará iracundo: - ¡Mentira! ¿Me va a enseñar a mí cómo se hace eso? ¡Estoy harto de robar cajas de caudales con ese procedimiento!”
Esto que en 1943 escribía histriónicamente Jardiel Poncela, obviamente, no ha sucedido ya que en las oposiciones a judicatura no se exige experiencia en el delinque. Sin embargo, los juristas del futuro pueden ser sustituidos por maquinas, donde, a través de un sistema de algoritmos se ofrezca asesoramiento legal, o se dicte una sentencia. Aquellos abogados enjutos, con sillas de cuero, detrás de cortinajes oscuros e iluminados con un flexo, han desaparecido. Y también hay quien opina que el juez puede ser una especie en extinción.
Ha llegado la inteligencia artificial, que aunque parezca nueva, lleva ya casi medio siglo entre nosotros. Ahora mismo los despachos ya utilizan un asistente legal, que consiste en una base de datos que es capaz de buscar sentencias de los últimos diez años, en función de los datos que le vamos a introducir y con el resultado pretendido. Es decir, las probabilidades de un resultado judicial en función de hechos similares entre ellos, e incluso con algoritmos sobre la prueba existente, o la probabilidad de si tal prueba concurre o no.
Hay otros sistemas de Inteligencia Artificial que resultan muy útiles en asuntos como asesoramiento sobre contratos, anticipando la posible resolución sobre la cuestión a dilucidar. El sistema funciona mediante algoritmos y trabaja del siguiente modo: el cliente envía un contrato y los algoritmos lo estudian. En una hora, aproximadamente, el usuario recibe un informe que específica qué cláusulas son discutibles, cuáles no, sugiere puntos que se han obviado y aconseja aquellos que deberían ser revisados. En solo 60 minutos. Gracias a esto, las empresas ven reducidos sus tiempos de entrega y los costes.
El objetivo es automatizar el sistema legal en el futuro. Es lo que dicen. Es más, estos algoritmos se “entrenan” leyendo al menos un centenar de contratos similares y pueden trabajar con múltiples tipos de contratos distintos. Algo que una mente humana no puede procesar.
Actualmente muchas de las tareas que antes llevaba a cabo un abogado de manera manual, ya son desempeñadas por algún tipo de inteligencia artificial. Las búsquedas de jurisprudencia son automáticas y se han desechado aquellas compilaciones jurisprudenciales que daban categoría a un Despacho Profesional. Solo quedan de adorno en las estanterías.
Igualmente, una parte de la justicia evolucionará para convertirse en algorítmica, de forma que muchos delitos no lleguen siquiera a ser vistos por un humano salvo que sean objeto de recurso, y será un algoritmo el que determine cuestiones como la posibilidad de reincidencia de un delincuente. Se cree que este tipo de herramientas contribuirán a solventar el colapso que sufre la Justicia. Claro que no parece que en el futuro alguien quiera ser defendido o sentenciado por una máquina. ¿O sí?
Emma González es abogada