a pandemia que estamos sufriendo de covid-19 está haciendo que los gobiernos de medio mundo se vuelquen con inversiones millonarias en investigación. Con el objetivo de desarrollar nuevos tratamientos y vacunas que ayuden a luchar contra el SARS-CoV-2 se están destinando ingentes presupuestos. Y puede parecer que como poderoso caballero es don dinero, toda esta lluvia de euros dará más pronto que tarde resultados.
Los ciudadanos reciben un bombardeo de información acerca de compañías que están desarrollando nuevas estrategias para descubrir tratamientos que frenen la epidemia o que por lo menos eviten muchas de sus muertes. Anuncios a bombo y platillo nos llegan desde todas las esquinas del planeta sobre prometedoras vacunas o tratamientos. Noticias que parece que quieren aportar un rayo de esperanza.
Sin embargo, frente a las ansias de todos por lograr resultados rápido se opone la lenta maquinaria de la ciencia. Conseguir aprobar una vacuna no es algo sencillo y muchos expertos señalan que como muy pronto hasta 2021 no se contará con ella, por ese camino mejor no esperar grandes novedades. Y es que antes de probar cualquier tratamiento con personas sanas (y no olvidemos que precisamente es a este sector a quien se dirigen las vacunas) debemos estar muy seguros de lo que estamos haciendo, ya que jugamos con su salud.
Desarrollar un fármaco desde cero tampoco es algo rápido. Primero hay que entender bien los mecanismos que hay tras la patología, después probar en cultivos celulares las hipótesis de como frenarla. Luego es necesario demostrar que es un fármaco seguro y que no ocasionará más problemas de los que soluciona. Solo al final es que se prueba su eficacia. Un camino que se puede acortar, pero no mucho. Por eso, muchas de las soluciones plantean emplear fármacos que ya están en estadios avanzados de la investigación para ver si pueden servir.
¿Debemos entonces desanimarnos? Ni mucho menos, pero sí ser realistas. Los tiempos de la investigación son los que son. Tener dinero ayuda, aunque no es la solución para todos los obstáculos que hay por delante. Por eso es importante aprender una lección de esta crisis. Recortar en investigación se acaba siempre pagando caro. Quizás ahora entendamos la importancia de invertir en ciencia, desde la más básica a la aplicada, para que cuando se produzca una nueva emergencia, la solución esté más cerca.