Siempre me ha hecho gracia el término papanatas, es una palabra divertida como paparrucha o papamoscas, compuestas con derivaciones del verbo latino pappâre, comer sin masticar o tragar, como hacen los niños con la papilla, solo que atribuido a personas o animales que se tragan lo que sea sin pensar.
Aunque los papamoscas son pájaros que se dedican a ingerir dípteros, su nombre también se utiliza para denominar a los humanos que, como los papanatas propiamente dichos, se creen cualquier paparrucha y son muy fáciles de engañar.
Con algo de pena, no lo niego, recuerdo el caso singular de un compañero de la mili, a quien otro colega convenció, en vísperas de un permiso, para que le comprara un billete de autobús que ya no necesitaba y que no podía devolver, con el argumento de que, aunque el posible comprador tuviera coche para irse a su casa, si se le estropeaba corría el riesgo de no poder pasar el fin de semana con sus padres.
El incauto, rico y de buena familia, como se decía entonces, pero no muy avispado, accedió a adquirir el billete que no necesitaba, para regocijo de quien había encontrado acomodo gratuito en el automóvil de un amigo.
La anécdota, algo triste no lo niego, demuestra hasta qué punto somos fáciles de sugestionar con necesidades que no tenemos, por quien carece de escrúpulos para aprovecharse de los demás.
Las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, al margen de otros logros incuestionables, han conseguido que el papanatismo cobre una nueva dimensión. Gracias a ellos, actualmente, la credulidad y la estulticia ante determinados planteamientos o informaciones ya no es patrimonio de algunos, sino de muchos.
Síntoma de papanatismo es, por ejemplo, lo fácil que resulta que se ponga de moda una estupidez en la red, hasta el punto de que incluso los más serios pierdan la vergüenza y se sumen a la payasada de turno.
Pero más grave son los anuncios que crean modas y necesidades bastante peligrosas, o como mínimo desaconsejables, además de contener un alto grado de falsedad en su mensaje. Así ocurre, por ejemplo, cuando se prometen préstamos prácticamente gratis, como si un crédito no tuviera aparejado un coste financiero importante y, a veces, particularmente gravoso, absolutamente desaconsejable e inasumible.
Un poco de grima da ver a un robotito, con cara de bueno y ojos tiernos, ofrecer dinero a un pobre hombre de quien se está riendo el cajero automático, en el que acaba de comprobar que tiene la cuenta a cero. Tampoco sé si todo esto es inmoral o trapacero, lo que sí sé es que el autor de semejante trampa para incautos necesitados, está absolutamente convencido de que sus posibles clientes, o sea nosotros, somos unos papanatas incorregibles.