Aunque sin repercusiones institucionales, el arrolladpr triunfo de Isabel Ayuso en las elecciones del martes último ha constituido una moción de censura en toda regla contra Pedro Sánchez y el sanchismo. Muy buena parte de la ciudadanía madrileña se ha manifestado en las urnas harta de sus mentiras, del desorden en la gestión, del intervencionismo autoritario y del revanchismo ideológico. Y la impresión general es que el superlativo fastidio corre también por otras muchas latitudes de nuestra geografía. El 4-M ha sido un elocuente primer aviso.
Haberse visto ampliamente superados –ellos y toda la izquierda– en votos y escaños por una candidato a la que han venido menospreciando y agraviando desde que asomó por el escenario político madrileño, es complicado de encajar. Si mala –pésima- fueron precampaña y campaña, peor están resultando las primeras reacciones a la debacle sufrida.
Una tal y tan bofetada no se digiere –es cierto– en un día. Pero si para muestra basta un botón, las declaraciones iniciales de Carmen Calvo, todo un número dos del Gobierno, casi de berrinche infantil, han constituido una penosa muestra de sectarismo y soberbia. Insultar no suele resultar inteligente.
Nunca he estado muy de acuerdo con las extrapolaciones electorales. Muchas circunstancias y peculiaridades de un territorio determinado no son transferibles casi ni como hipótesis a otros escenarios y a otros líderes. En todo caso, puede darse una especie de “efecto rebufo” si las llamadas a las urnas están próximas en el tiempo. Pero con años y marcos territoriales distintos por medio, como sería el caso presente, plantear extrapolaciones bien puede ser un inútil ejercicio de política ficción.
Pablo Casado ha celebrado como propio el triunfo. Tal vez demasiado rápido. En este sentido llamó la atención que fuese él quien abriera la celebración desde el balcón de Génova, cuando lo habitual es dejar el inicial y principal protagonismo al candidato ganador –Isabel Ayuso- y que venga a ser el presidente del partido quien cierre las intervenciones. Así lo hicieron, por ejemplo, Vox y Más Madrid.
Un castigo tan duro como el sufrido por el tándem Moncloa / Ferraz es en principio un balón de oxígeno para él, que además fue quien peleó contra viento y marea para, en medio de general incomprensión, colocar a Ayuso al frente de la lista PP ya en las autonómicas de hace un par de años. Suyo es, sin duda, el mérito.
Resulta, sin embargo, poco discutible que hoy por hoy el líder popular no suscita los apoyos que dentro del partido mueven otros liderazgos. Brillante en el Parlamento, en el día a día del debate político se le ve demasiado intermitente y sin un equipo compacto y sólido que lo arrope. El caso es que el PP en su conjunto no da todavía sensación de la debida fortaleza. Y no lo digo por aguar la fiesta.