Afirma Rilke, en “Elegías de Duino”: “Todo ángel es terrible” y a mí me recuerda a las aladas potencias que rigen nuestro destino en común. Seres terribles a los que nada detiene a la hora de pervertir su tarea de guarda y custodia de nuestros afanes democráticos. Continua: “Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No los ángeles, no los hombres”. Y en el aliento de esa falta de auxilio nos percibo ajenos al menor atisbo de lealtad o referencia ética entre aquellos que nos han de atender en la debilidad de esa fortaleza. Añade el poeta: “Y ya saben los astutos animales que no nos sentimos muy seguros en casa, dentro del mundo interpretado”. Y me pregunto ¿qué es nuestra democracia en manos de unos aparatos de poder desentendidos de su utilidad y mandato sino un mundo interpretado por ellos a la medida de sus intereses y ambiciones?
Me expreso en este dolor porque observo con amargura como cada día y con cualquier excusa, aún las más perversas, van dando pasos hacia un mundo no solo interpretado, sino creado a imagen, semejanza y capricho de sus voluntades. Porque si a la falta de rigor a la hora de castigar los delitos de corrupción, malversación y prevaricación se une que cada taifa cuenta con su aparato judicial, a esto se añade que sean ellas quienes regulen el régimen penitenciario y a todo ello se suma la arbitrariedad del indulto, no cabe sino preguntarse ¿qué los detendrá en sus desmanes sino el desmán de la impunidad?