El conflicto del Sáhara Occidental se encuentra más enquistado que nunca tras la ruptura esta semana de las relaciones entre Marruecos y Argelia, los dos países más involucrados en un enfrentamiento que se arrastra desde hace casi medio siglo.
Ayer, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, anunció el nombramiento del ruso Alexander Ivanko como nuevo Representante Especial y jefe de la Misión de la ONU (Minurso) en el territorio, y su nombramiento fue malinterpretado en algunos medios como que ponía fin al vacío creado tras la renuncia del Enviado Personal para el Sáhara, el alemán Horst Köhler, hace más de dos años.
Sin embargo, un portavoz de la ONU aclaró a Efe que el puesto de Enviado Personal "sigue vacante" y que Ivanko solo sustituye al canadiense Colin Stewart en un cargo que tiene que ver con cuestiones operativas pero no políticas.
El jefe de la Minurso, residente en El Aaiún, dirige esta misión de cascos azules que desde hace años ha quedado reducida, por imposición de Marruecos, a una mera observación del alto el fuego, y que a diferencia de otras misiones de paz, no tiene papel alguno en la vigilancia de derechos humanos ni tiene contactos con la sociedad civil en el Sáhara.
Países como España, Francia o Estados Unidos han instado repetidamente al Secretario General a que nombre a un Enviado Personal que siente en la mesa a los contendientes y trate de buscar una salida política, aunque el mismo Guterres ha reconocido que no es tarea fácil tras haber sondeado sin éxito a varios candidatos.
El último nombre que se filtró este mismo año fue el del diplomático italo-sueco Staffan de Mistura, apoyado por el Polisario y aparentemente vetado por Marruecos; en el pasado, ha sido al contrario: los candidatos que contaban con el respaldo de Rabat eran sistemáticamente vetados por Argel.
Cuando Köhler renunció a su puesto en mayo de 2019, alegó "motivo de salud" que sonaron a excusa, pues a nadie se le escapaba que durante su mandato no consiguió mover un ápice las posturas irreconciliables de Marruecos y el Polisario, ni siquiera en las dos rondas de conversaciones entre las partes que propició en Ginebra en 2018 y 2019: en ellas, los rivales ni siquiera se sentaron en la misma mesa.
Al término de aquellas conversaciones frustradas, Marruecos dejó claro que no pensaba volver a una hipotética mesa de negociaciones si en ella no se sentaba, y no con un simple estatuto de observador, el otro país con intereses en la zona, Argelia, que para Rabat es el que acoge, arma, financia y dirige al movimiento saharaui.
Ahora es más complicado que nunca que Argel y Rabat se sienten a la misma mesa, después de que el gobierno argelino anunciara el pasado martes la ruptura diplomática con su vecino del oeste, al que acusó de diversos actos de hostilidad; al día siguiente, el gobierno marroquí ordenó desalojar su embajada en Argel.
En realidad, el cierre de embajadas era prácticamente lo último que quedaba por romper entre dos estados vecinos que tienen las fronteras terrestres cerradas desde 1994, que no tienen comercio común y que no comparten ni siquiera información sobre terrorismo o emigración en una zona donde esos problemas definen su profundidad geopolítica y marcan su relación con la Unión Europea.
Sin un Enviado Personal nombrado por Guterres, sin relaciones diplomáticas entre los dos pesos pesados del Magreb, se ve harto difícil sacar al conflicto del Sáhara de la lógica del "todo o nada" en que se encuentra: mientras que Marruecos solo ofrece una autonomía de contornos imprecisos, el Polisario exige un referéndum con opción de independencia.
Y aunque el Polisario dio por roto el alto el fuego con Marruecos el pasado noviembre, poniendo fin así treinta años de tregua, tampoco ese movimiento consiguió mover el tablero: ni Marruecos se ha referido públicamente a esa guerra, ni tampoco lo ha hecho el Consejo de Seguridad.
Si la Minurso lo indicó en sus informes internos para el Consejo, la alta política los puso en un cajón, convirtiéndola en una guerra inexistente.