La estatura moral de lo inmoral es apabullante, nada despierta a la conciencia que no sea otra conciencia, otra forma de mirar y con ella confrontar, qué más da con qué argumentos, importa solo el contra qué y contra quién. Para que no haya confusión, los polos de la rabia social están delimitados y dispuestos: a un lado, la derecha, al otro, la izquierda, en el centro, una raya sin sombra; el presentador, modelando en lo moderado y en el exabrupto, es necesario engendrar furia en el ánimo del espectador.
Ambos frentes conocen su condición de fajadores, no son enemigos, solo la tramoya del peor espectáculo social que existe, la tertulia política, pactada, reconcentrada, sobreactuada, denigrante para los figurines y los figurantes; esos que somos los espectadores que esperamos ansiosos el afortunado zasca en esa suerte de pantomima revolucionaria que no pasa, ni en el fondo ni en la forma, de amarga venganza.
Ganarse la vida, eso hacen, hablando de los que la pierden, y hacerlo de espaldas a la razón y de cara al argumento a propósito de cualquier conveniencia. Ser el mejor con o sin medida o conocimiento para que los tuyos se vayan a la cama convencidos de haberle zurrado la badana a los contrarios.
Tenemos hambre de rabia, pero no de conciencia; sentimos sed en el odio pero no en la justicia, añoramos la mano dura en la mano blanda de un clan que mueve la batuta de ese negocio que somos nosotros: los unos y los otros.