Por encima de la guerra de palabras que estos días anima la política nacional por cuenta de las discrepancias internas en el seno de la coalición del Gobierno Sánchez y las presiones del nacionalismo sobre las cuentas públicas que ya han entrado en el telar parlamentario, me atrevo a anticipar dos vectores de la situación:
Uno, en relación con las negociaciones sobre la reforma laboral. No se dará el caso de que Sánchez tenga que decidir entre cumplir con Bruselas o con sus socios de coalición. Romper con uno de ellos sería el fin del Gobierno PSOE-UP, por implosión (pérdida de base parlamentaria) o por inanición (pérdida del apoyo europeo a la remontada económica).
Y dos, en relación con las negociaciones sobre los Presupuestos Generales del Estado, que el viernes que viene han de superar la meta volante de las enmiendas a la totalidad (las que piden la devolución del proyecto al Gobierno). Tampoco se va a romper el bloque que alumbró las cuentas públicas del vigente ejercicio de 2021 (PSOE, Podemos y nacionalistas, básicamente).
Todo lo demás es pasto fresco para la voracidad de las tertulias en los medios de comunicación. En ninguno de los dos casos mencionados puede contemplarse ni de lejos que las fuerzas que hoy podrían patear el tablero político estén por la labor de alfombrar el camino de la derecha hacia el poder. Esa motivación no se cae de la boca de los costaleros de Sánchez: Echenique, Junqueras, Otegi. Y, por supuesto, los propios estrategas del PSOE, cuya función principal en estas circunstancias es la de cumplir con Bruselas sin perder la complicidad de sus aliados políticos.
¿Es eso posible? Por supuesto, si partimos de lo que se juegan en el envite esos partidos-escolta, así como de su declarada aversión a la alternativa de la derecha y ultraderecha que vienen anunciando las encuestas.
Que los socios de Sánchez acusen a la parte socialista de no aclararse en la reforma laboral (Yolanda Díaz), avasallar con su mayoría olvidando que el bipartidismo ha muerto (tertuliano Iglesias Turrión) o ningunear las lenguas cooficiales (Rufián) forma parte de una batalla de palabras cruzadas en disputa por las banderas sociales o las carreras de sacos entre grupos nacionalistas dentro de sus respectivos territorios. Palabras usadas para aparentar distancia, descargas verbales orientadas a esconder la inequívoca vocación de no perder de ninguna manera el resorte que proporciona Europa para la recuperación de la economía.
Sin olvidar que la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, está en fase de lanzamiento y necesita adornarse como líder venidera a la izquierda del PSOE. Demasiado pronto, a mi juicio, porque a esta hora ni ella ni nadie sabe nada de su proyecto “transversal” para alzar una bandera política a la izquierda del PSOE.