el retrogusto que me deja el cuarenta y tres cumpleaños de la Constitución, cuya celebración oficial no desbordó la fría solemnidad del consabido acto del martes pasado en el Congreso de los Diputados, es de banalización y fariseísmo. Dos males contagiosos de la política nacional que se despacha de un tiempo a esta parte.
Los mensajes de más amplia circulación cursaron con firma de Pedro Sánchez y Meritxell Batet, cabezas visibles de los poderes ejecutivo y legislativo del Estado. Al tiempo, militantes del PSOE, partido mayoritario en las últimas elecciones generales. Lo primero, lo institucional, quedó confiscado por lo segundo, la afinidad política. Y a partir de ahí podemos entender el generalizado cuestionamiento a las apelaciones del presidente del Gobierno y la presidenta del Congreso.
La principal de esas apelaciones fue la “lealtad constitucional”. Oportuna, justa y necesaria. Pero sorprende que esté dirigida al PP, por su censurable resistencia a renovar un determinado órgano institucional, y no a la parte del Gobierno que mantiene una permanente enmienda a la totalidad de nuestra Carta Magna. Ni a sus socios ocasionales del nacionalismo periférico que no ocultan sus pretensiones secesionistas.
Por eso hablo de fariseísmo y banalización de la política nacional. Lo primero, porque se engaña deliberadamente a la ciudadanía. Y lo segundo porque se nos toma por idiotas queriendo implicar a la opinión pública en esta creciente infantilización de la vida pública. Solo así se explica que Sánchez y Batet hablasen de la Constitución como una fuente de valores de la que ellos no beben.
Fariseísmo es decir, como dice Sánchez, que la Constitución es la “hoja de ruta del Gobierno progresista de España” sin dirigirse a los declarados enemigos de la Constitución que forman parte de ese Gobierno y aprovechan el aniversario de la misma para reclamar una república “democrática y moderna” que sustituya a la monarquía “obsoleta y corrompida”. Infantilismo es creer que esas cosas pueden decirse impunemente, sin pagarlo en las urnas o sin agrandar la brecha entre gobernantes y gobernados.
Sánchez anuncia que cumplirá la Constitución “de pe a pa”. Debería haber añadido que, por las mismas, la hará cumplir “de pe a pa” a quienes ni la abrazan ni la celebran. Empezando por quienes tiene más cerca: sus socios de Gobierno y sus costaleros parlamentarios. Solo hubo un pellizco de monja a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, por parte de Meritxell Batet, cuando la presidenta del Congreso hizo un sentido elogio de los partidos políticos como imprescindibles en la formación de la voluntad popular (Sabido es que Díaz no cuenta con los partidos de su “proyecto de país”).