El señor que vive ahora en la Casa Blanca no se caracteriza, precisamente, por el respeto a las normas. Y ahora le toca comprobarlo a los jueces. Después de invocar una ley del siglo XVIII para deportar a extranjeros, se negó a acatar el mandato del magistrado que la revocaba. Y con recochineo público. Es lo que tiene el poder (casi) absoluto. O el creer que lo tiene.