María Regina Zapata (misionera Manos Unidas): “De los países que no tienen nada me quedo con su alegría”

María Regina Zapata Franco es misionera y, como tal, ha vivido mucho: es una superviviente de la malaria, pero también de esos recuerdos que ahogan a cualquiera que haya pasado por situaciones humanas difíciles
María Regina Zapata (misionera Manos Unidas): “De los países que no tienen nada  me quedo con su alegría”
La misionera colombiana María Regina Zapata, ayer en las inmediaciones del Jofre, en Ferrol, donde pasa unos días dando visibilidad a la campaña de Manos Unidas |J. Meis

Sentarse a charlar con María Regina Zapata debería ser obligado para conocer de primera mano lo afortunados que somos quienes vivimos en países desarrollados que lo tienen todo.  Ella es una de las misioneras de Manos Unidas que ha atravesado el mundo para ayudar allí donde más falta hacía una mano colaboradora. Ahora pasa unos días en la urbe con motivo de la presentación de la campaña de la ONG para este año y dar visibilidad a la labor misionera de la organización en el mundo, ofreciendo charlas en colegios de Narón, Lugo y Ferrol.


Esta misionera de la orden de María Inmaculada  y Santa Catalina de Sena (lauritas) tuvo clara su vocación con solo 17 años. “Un día tras el colegio llegué a casa y le dije a  mis padres que quería ser religiosa, ellos se sorprendieron pero enseguida decidieron ayudarme y me llevaron a la entrevista previa, pero lo cierto es que estaban convencidos de que sería cosa de unos días y que una vez en el convento decidiría volver a casa”. Obviamente, aquello no ocurrió, y su vocación resultó ser tan fuerte como lo es ella misma. “Me fui de casa y mi hermano tenía solo dos años, y cuando regresé había cumplido doce, no fue hasta diez años después cuando volví a verlos en nuestra casa”, rememora.


Aquellos primeros años los dedicó a la formación, como religiosa pero también en otros campos cursando, entre otros, estudios de Enfermería en la Universidad de Antioquía en Medellín. Entre los años 60 y 70 se desplazó por diferentes localizaciones de Colombia, y posteriormente pasó temporadas en Perú, Guatemala, Angola, Haití y el Congo, entre otros. A España llegó en 2016, a Madrid, para curarse de una malaria, donde sigue hasta el día de hoy. Aquí ha pasado por la pastoral de salud, gitanos e inmigrantes.


En sus encuentros con los niños asegura que lo único que pretende es mostrarles que “la vida no es tan bonita en otros países como la que se vive aquí, intento hacerles ver lo privilegiados que son teniéndolo todo, cuando hay niños como ellos que no tienen prácticamente nada”. También puntualiza que, sorprendentemente, ve más caras tristes en los países desarrollados que en lugares en los que carecen hasta de le lo más básico. Asegura que si en algún momento ve una cara triste o apagada en una de sus charlas “les estrecho la mano, siempre funciona, no hay persona que ante el contacto no  regale una sonrisa”, asevera.


De los diez años que pasó en el Congo, donde más tiempo permaneció en una misión, aprendió mucho, sobre todo en lo que se refiere al ámbito sanitario. “Nosotras pasábamos consulta, recetábamos, hacíamos informes, también nos encargábamos de hacer el seguimiento a los enfermos y hasta establecíamos un diagnóstico antes de derivarlos, si fuera preciso”.


Pasó diez años en África, allí vivió de todo, se curtió como enfermera. Es incapaz de decir la cantidad de niños que ayudó a traer al mundo. “Hemos contribuido a nacer a cientos de africanitos preciosos, son un poco como nuestros hijos, la mayoría de ellos ha nacido en unas condiciones tremendas y tiene mucho mérito”, afirma. Las cesáreas sí que las asiste el médico. “Normalmente es un solo doctor para atender a muchos pueblos, no pueden estar en todo”, sostiene. También agradece el gran esfuerzo de los profesionales españoles, “he visto médicos voluntarios de muchos países pero España siempre está a la cabeza en la solidaridad, con muchos médicos arriesgando su salud y sus vidas”.


También se enorgullece cuando habla de la labor que desarrolla Manos Unidas en el mundo. “

 

Es la ONG más transparente que hay y de las pocas que yo he visto que donde empiezan un proyecto se lleva a término, no se van dejando a medias aquellos que se comienzan”, explica.

 


Su experiencia en Haití
 

Tras haber estado en lugares remotos en condiciones muy complicadas, viviendo peligros varios como cuando se contagió de malaria, asegura que lo más complicado que vivió fue llegar a Haití ocho días después del terremoto. “Lo de la malaria es una anécdota nada  más, eso sí, es increíble lo que pasa con esta enfermedad. El bazo, que es tan pequeñito, se pone enorme, enseguida identificas los síntomas, en mi caso fue igual, pasé muchos dolores hasta que llegué a España donde, por fortuna, me dieron un tratamiento y ya no he vuelto a tener molestias”, indica.


Pero en todos estos años dedicándose a los demás, lo vivido en Haití es lo más duro que le ha tocado afrontar. “Cuando el terremoto sacudió el país yo estaba de vacaciones en Colombia, enseguida nos movilizaron a todas las que teníamos conocimientos de enfermería, ni permisos ni nada, en cuanto nos dimos cuenta estábamos subidas a un avión”. Recuerda que pasaron mucho rato esperando para que les dijeran en dónde podían aterrizar pues el aeropuerto estaba totalmente colapsado. “Una vez en tierra lo que nos encontramos allí podría asemejarse a lo que acontece durante una guerra

Heridas abiertas y amputaciones, muchísimas amputaciones, niños sin brazos, manos, piernas, personas que perdieron todas las extremidades... lo que allí vimos no se puede narrar, fue muy duro, había que coser como fuera, y muy rápido, para cortar hemorragias”, rememora.

 

 También recuerda a uno de los hombres atendidos. “El pobre quedó atrapado por la cabeza y su cuero cabelludo quedó colgando, se lo cosimos como buenamente pudimos y cuando llegaron los cirujanos nos felicitaron y aseguraron que ni ellos mismos hubieran hecho un trabajo mejor que aquel, con más mimo... la verdad es que todo se hacía a la prisa, no había tiempo que perder, pero por lo visto hicimos bien nuestro trabajo”, explica.


De aquellos días difíciles –pasó allí tres años– se queda con los proyectos desarrollados por Manos Unidas en la zona, como la reconstrucción de viviendas y escuelas y relata cómo los niños si veían una grieta no se atrevían a entrar en las construcciones por miedo a que se les cayeran encima, por eso se repararon muchas, también las carreteras, que habían desaparecido casi por completo y solo se podía circular con una especie de motocicletas, ya que los coches podían quedar atrapados, y también guarda con especial cariño aquel  momento en el que tras construir un acueducto volvieron a disponer de agua potable. “La gente lloraba de felicidad cuando se pudo traer agua desde lo alto de la montaña, fue como un milagro entre tanto dolor, y de todo aquello me quedo sus sonrisas, esas que siempre te dedicaban, eso no falta nunca en estas zonas tan castigadas, siempre agradecidos, siempre regalando un mirada o un gesto amable”, manifiesta.

 

 Ahora, casi 15 años después, lamenta que se hable muy poco de lo que allí acontece, con un país sumido en el caos en el que siguen, y seguirán trabajando,  misioneros y voluntarios de Manos Unidas. 

María Regina Zapata (misionera Manos Unidas): “De los países que no tienen nada me quedo con su alegría”

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