Se nos fue Rafa Permuy a los mandos de la MBB-223 “Flamingo” con la que aprendió a volar hace 48 años. Sus Ray-Ban, su mono rojo, su amplia sonrisa y un saludo de visera para despedirse antes de emprender el vuelo, dejando en tierra una vida que supo disfrutar y contar como pocos.
Desde su posición, los que nos quedamos aquí, nos vamos haciendo cada vez más pequeños, diminutos, a sabiendas de que sin él serán miles las fotografías que se queden sin disparar y millones las palabras por escribirse. ¿Quién hará ahora sus preguntas perspicaces, sus reflexiones de reportero veterano?
Y es que Rafa ha sido muchas cosas: aviador, militar, investigador, escritor... Pero, por encima de todo, fue periodista. Conservó siempre la mirada curiosa, iluminada en alerta de novedades, fiscalizadora con los poderosos y crítica con los que pretenden atentar contra una democracia que defendió siempre con uñas y dientes.
Entregado al oficio, nunca pensó que éste le brindaría uno de los peores tragos de sus 75 años de vida: ejercer como portavoz familiar tras el asesinato de su sobrino José Couso a manos de los militares estadounidenses cuando cubría la guerra de Irak. Junto a su cadáver, cuando le tocó a él reconocerlo, juró que nunca dejaría de luchar para conseguir que sus asesinos pagasen por aquello. Y lo cumplió, aunque la justicia, una vez más, no haya hecho honor a su nombre.
Apoyó siempre el premio a la Libertad de Prensa en su memoria y acogió con admiración y generosidad a las generaciones de periodistas jóvenes, con “claveles y grândolas”. Él, un militar antibelicista, llevaba esa paradoja por bandera y nos enseñó que la única arma de destrucción masiva que existe es un bloc donde escribir verdades.