LETRAS ESPAÑOLAS | Tomás González: la prioridad de la escritura

Literatura en #Nordesía: Luis Alonso Girgado nos habla de la obra de "Primero estaba el mar"
LETRAS ESPAÑOLAS | Tomás González: la prioridad de la escritura

En 1983 aparecía la novela Primero estaba el mar, del colombiano Tomás González, primer y meritorio título que encabezaría los once siguientes de su trayectoria, rematada por ahora en Asombro (2021), y de la que aquí hemos elogiado La historia de Horacio, La luz difícil o Los caballitos del diablo, editadas por Norma o Las dos orillas. Ahora es Sexto Piso la que reedita, en 2024, la que iniciaba la línea creadora de este autor de Medellín, exiliado de su país en varias etapas de su vida y lector interesado por compatriotas como García Márquez, V. Abad Faciolince o Willian Ospina y autor de algunos libros de cuentos reunidos en La espinosa belleza del mundo (2019). 


Persona y escritor discreto, celoso de su privacidad, ha huido siempre de promociones y propagandas, convencido como está de la primacía de los textos –la obra– sobre la autoría de los mismos; defensor del “boom” hispanoamericano de los años sesenta y esforzado en forjar una mirada o perspectiva propia, de acento personal y fruto de su buen hacer narrativo y la convergencia de vida, muerte y sucesos de diverso cariz. Explora y recrea o reconstruye el mundo entre el asombro, la violencia y el horror. En fin, como “el secreto mejor guardado de la literatura colombiana” fue considerado por parte de la crítica de su país.


“Primero estaba el mar” es ejemplo de novela pura sin otra pretensión que contar, en recia y sólida prosa, una historia cuya síntesis nos dice que sí, que el mar (y otras aguas: lluvias, ríos, garúas, humedales...) ya estaba y luego fueron llegando gentes, dueños y servidores, y trajeron animales, máquinas, vehículos, usos y costumbres; vida, en suma y con ella la muerte y el bullicioso y violento pasar de los días en un apartado lugar de la costa colombiana. Algo de fondo bíblico, de la lucha del hombre con el medio que lo sustenta, de relato de los orígenes, tenemos aquí, a partir del viaje de Elena y J., pareja de emprendedores que recorren un círculo de creación-destrucción, a dos elementales, primarios y opuestos personajes que chocan y se atraen continuamente: él, (J), más quebradizo y enfrascado en la contemplación del mar; ella, Elena, solitaria, acosada por el erótico imán de su cuerpo y la lujuriosa sensualidad del trópico que degrada y embrutece a quienes también lo gozan.


En el reducido microcosmos aquí presente, hombre y naturaleza convergen con hostilidad en un paraíso también opresivo que gasta y enfrenta a sus pobladores, los somete y cobija entre fauna y flora exuberantes y naturaleza que no lo es menos. Todo un fondo de tentativa épica fracasada de lo cotidiano late en estas páginas, ya oscuras ya luminosas, en las que también el agua crea y destruye.


Por descontado, el curso del acontecer vuelve a tener aquí un final de fracaso y solo un mínimo reducto de supervivencia. La prosa, elaborada con perceptible esfuerzo y riqueza expresivos y un léxico que proviene de su geografía y personajes, adquiere una variedad y riqueza de la que los ámbitos de intelecto, cultura o raciocinio están ausentes.


El variopinto y multirracial trópico de gentes de machete y maledicencia, cercanos pero incomunicados en un poblachón vocinglero, limitado al atraso, a la esclavitud del trabajo y a los excesos de la bebida, es también ámbito de pasiones y enconadas relaciones humanas en un oscuro lugar de caos y contrastes. Su reflejo descriptivo narrativo también funde oposiciones y antagonismos y se distancia a la vez del realismo mágico y de la narrativa de prédica y doctrina socialrealista. 

 

Vida, existencia, instintos y primacía de lo corporal y concreto tienen en esta historia una memorable presencia en el turbio reflejo del que Tomás González los refleja y reconstruye y hace permanecer. Lean esto mirando (o no) al mar que, como dijo el poeta francés, siempre recomienza, pues vuelve siempre... también en Colombia.

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