El ayer y el hoy: litorales adentro

ariadas constataciones históricas no tan lejanas poseemos sobre las estrecheces dinerarias, alimenticias, de supervivencia, que se dieron en nuestra Galicia prolífica en exceso, y del minifundio: desde nuestra inmortal Rosalía, hasta Wenceslao (Valle Inclán se mostró más elitista en personajes y medio) y otros autores de nuestra tierra hablaron de nuestras miserias. Decían mis abuelas –conocí ambas y la materna me crio– que “siempre hubo ricos y pobres”. Sí, desde la más remota antigüedad, reyes y vasallos, terratenientes y esclavos... Falta nos hace a todos que se tienda a alcanzar la mano con largueza y buena fe entre los unos y los otros. Pero aquí mismo, en mis días, la miseria y la acusada pobreza se dieron tierras adentro y también en pueblecitos y ciudades litorales, sobre todo en los suburbios. Se morían muchos niños, era previa al antibiótico, y cuidaban a sus viejos hasta últimos suspiros en aquello que podían. Había pocos asilos. Abundaban los mendigos que recorrían caminos con su salud en precario. Y las “peixeiras” lo hacían con cestas en la cabeza –en cuyo borde ponían las zapatillas de goma para que no se gastasen– desde puertos bien distantes. Comenzaba en las primeras décadas del pasado siglo la electrificación y las carreteras de segundo orden que se iban poblando de automoción.


Las parturientas daban a luz en sus casas, pudiendo afirmar que a mí, que pesé más de cinco kilos, me salvó la vida la tía Amadora que era madre de nueve hijos y había ayudado a otras madres en el trance. Pero, como dijo el muy recordado periodista ortegano Manolo Méndez, “en aquellas etapas se respiraba en las aldeas humos y tufillos que oliendo a empanadas y frituras, salían de aquellas casas humildes por puertas y chimeneas. Servidor puede afirmar que hoy la mayor parte de aquellas casitas de nuestra Galicia rural se hallan cubiertas de hiedra, zarzas y tojos, creo que lamentablemente. Así que tampoco se oye cantar al atardecer carros cargados de mieses y otros frutos ni jóvenes mientras apastaban ganado doméstico y mayores que cantaban habaneras.


Los ríos de aguas limpias y transparentes estaban plagados de truchas, anguilas, lagartijas y ranas, que rebosaban vida en aquellos medios, hoy contaminados y casi muertos, aunque se luche por su recuperación, en Galicia y casi el resto de España. Las sustancias petroligénicas y otras químicas paralelas, junto con el abandono rural y la falta de políticas de apoyo y orientativas, han sido las causas principales.


Ojalá todos los gobiernos se preocupen debidamente por todos sus campos y campesinos. Aquellas fiestas parroquiales abarrotadas por bullentes policromías que confluían en elegidos lugares y que amenizaban músicos y bandas musicales que dejaban extasiadas las multitudes. Hoy no quedan apenas fiestas, misas ni apenas parroquias, y se me arruga el corazón. Las ferias y transacciones en general también desaparecieron, salvo algunas en medios poblados... ¡Que retorne la vida al campo!

El ayer y el hoy: litorales adentro

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