Hace justo un año, el diario The Washington Post pidió a sus lectores que resumieran el año 2020 con una sola frase. Un pequeño de nueve años, Clarke Smith, clavó la sensación colectiva de una sociedad abrumada por el impacto de la pandemia: “Es como si miraras a ambos lados de la calle antes de cruzar y*entonces te atropellara un submarino”. La metáfora de este inesperado atropello podría servir para describir un año después la sensación con la que hemos dado portazo al 2021, sumidos de nuevo en el desconcierto que nos ha producido la llegada de la sexta ola de este virus mutante cuando hace apenas un mes casi celebrábamos que la batalla daba sus últimos coletazos gracias a la vacunación masiva en nuestro país.
Así que hemos cerrado el año sin saber muy bien qué deseos manifestar para el venidero, conscientes de que los expresados la Nochevieja anterior quedaron a beneficio de inventario. Vivimos momentos de incertidumbre, azuzados además por una situación política que no contribuye precisamente a la calma necesaria cuando uno se ve acosado por la tempestad.
Y aunque estemos convencidos de que la ciencia, la investigación y los profesionales sanitarios volverán a darlo todo para ayudarnos a superar esta y las olas que puedan producirse en los próximos meses, aunque la OMS nos haya comunicado que 2022 será el año del fin de la pandemia, aunque las instituciones internacionales hayan alabado la forma en que nuestro país ha afrontado la gestión de la pandemia, con todos los defectos que hemos compartido con los países más avanzados por enfrentarnos a lo desconocido, aunque la evidencia de que los contagios masivos de las últimas semanas son infinitamente menos letales que los de las olas precedentes, no cabe ninguna duda de que la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas seguirán siendo utilizadas por la oposición como arma arrojadiza contra el Gobierno en un año en que la convocatoria electoral en Castilla y León y el posible adelanto en Andalucía serán usados como banco de pruebas por el PP contra Sánchez y por Vox contra el PP, aunque todo el mundo sabe que están condenados a entenderse. Y lo peor es que contra este desconcierto que navega firme sobre las tumultuosas aguas de la incertidumbre no disponemos de vacunas, de momento.