No hay tertulia ni cenáculo en el que no se hable, entre otras cosas, de cómo se presenta la actual legislatura. Sostienen algunos que no dura, que va a ser tanta la tensión que van a introducir los independentistas catalanes que será difícil que Sánchez aguante. Otros, por el contrario, defienden la tesis de que esto “va para largo”.
Si algo no se puede afirmar en política es el nunca jamás, por eso cualquier hipótesis debe estar sujeta a que lo improbable es posible. Creo que es improbable que Junts y, por supuesto, ERC, ocurra lo que ocurra, dejen caer al Gobierno. Le someterán a presiones, habrá algún que otro susto en el Congreso, pero dudo mucho que den al traste con la legislatura.
Con todas las cautelas a las que invita la situación política española, soy de las que cree que “esto va para largo”, que la legislatura, por lo menos, superara con creces su ecuador y que Sánchez y su Gobierno sortearán con desparpajo cualquier contradicción. Como ejemplo bien reciente tenemos las últimas declaraciones de la ministra Montero. Hace nada negaba con rotundidad cualquier relación singular con Cataluña; es decir, el concierto económico, aunque jueguen con el lenguaje para no llamarlo así. Hoy, esa misma ministra se ha desdicho, asegurando que no es para tanto y que nadie ha puesto en cuestión el concepto de solidaridad, como recordó Illa en su discurso de investidura. Añado que sólo faltaba.
Los independentistas no se fían de Sánchez pero los compromisos aceptados por Illa necesitan tiempo para su desarrollo y esta circunstancia es garantía de ese tiempo que el Gobierno necesita para que la actual legislatura vaya para largo. ERC ha aceptado este tiempo que no será corto y Junts no se puede quedar descolgado ni del acuerdo, cuya letra pequeña seguimos sin conocer, ni asumir que, si tumba al Gobierno, quizás, esté dando una baza a la derecha en un eventual adelanto electoral.
En el PSOE hay malestar y sorpresa, pero nada apunta a que se vaya a producir un plante en toda regla. La idea del PP de llevar el asunto del concierto catalán a los Ayuntamientos para que los socialistas se retraten será como escribir en el agua. Es más, no sería de extrañar que esa estrategia de la oposición aglutinara las filas socialistas, ya muy acostumbradas a toda clase de equilibrios.
Sólo una revuelta interna de los socialistas y de grandes dimensiones podría modificar los planes de Sánchez. Sólo si lo que hoy es una plataforma sanchista pasara a ser un partido como el que el fue y que hoy está sepultado, podría generar un cambio de planes en el calendario del presidente del Gobierno.
Todo lo escrito puede ser erróneo, pero aun a riesgo del error, me apunto a los que defienden que “esto va para largo”.