n los últimos tiempos se está hablando mucho acerca de la “ingeniería social”. Y es verdad que como herramienta social es muy efectiva a la hora de modificar o cambiar comportamientos.
Pero no vamos hablar aquí de sus posibilidades, que son muchas, además necesitaríamos varios artículos como este, sino de la transformación ocurrida con nuestros valores en los últimos años.
Nos referimos a los valores humanistas, esos que rigen la razón, el sentido común, la armonía, la decencia, los sentimientos, no aquellos que se utilizan para esconder conductas reprobables y hasta miserables.
La dura realidad es que los primeros están en retirada y su lugar está siendo ocupado por unos valores que resultan un tanto extraños, incluso sospechosos, puesto que transmiten la sensación de haber sido construidos para algún fin predeterminado. Pero eso sería otro tema.
En esta retirada, huída o deconstrucción, o como quieran llamarme, parece que se usó como herramienta la ventana de Overton, consistente en hacer posible lo que parece imposible. Es decir, convertir lo inaceptable en aceptable o lo aceptable en inaceptable. Y no es un juego de palabras.
En todo caso, sea como fuere, los valores que ampara el paraguas del humanismo están bajo ataque (¡y qué ataque!). Hay como una intención mezquina, por decirlo suavemente, para que veamos esos valores como antiguallas, de caverna o fuera de época, por lo tanto, incompatibles con la era de las tecnologías que estamos viviendo. Es una manera de decirles a los jóvenes que el que no asuma los nuevos valores quedará descolgado del sistema.
Los cierto es que las palabras producen cambios en la conducta humana. Quizá por ello hay toda una estrategia enfocada en retorcer conceptos, puntos de vista, significados. Una estrategia con vistas a cambiarlo todo.
Imaginemos por un momento que alguien propone algo descabellado, contrario a los valores de los que hablábamos antes. Lo normal es que la idea encuentre un rechazo generalizado en el primer intento.
Lo que ocurre es que si alguien interesado fuerza debates en los platós de televisión, en las cadenas de radio o en las redes sociales sobre esa idea tan cuestionable, llega el momento en que sin darnos cuenta la dejamos de ver absurda, cambiándola incluso por la vieja valoración que teníamos sobre el tema.
Así es como funcionan los procesos mentales por substitución. Lo que una vez nos pareció despreciable lo podemos llegar a aceptar como un nuevo valor, “expulsando al viejo valor de nuestra ca silla. Y así, de una manera casi ovejuna, nos van substituyendo los valores.
Lo triste es que detrás de toda esa “transformación” se esconden muchos intereses, económicos, culturales, políticos, incluso el “nuevo feminismo” parece no estar libre de culpa. O quizá ya nació con ella. Porque existen dudas razonables de que está siendo apoyado y utilizado por las grandes transnacionales; si eso se confirmara, entonces estos movimientos tendrían poco de izquierda.
Es obvio que los verdaderos valores no son negociables ni cambiables, ni tampoco pueden ser moldeados conforme a los caprichos o intereses particulares de cada uno, como ocurre en nuestro “ruedo político nacional” y también en el internacional.
Lo cierto es que los valores están siendo deformados con eso de lo “políticamente correcto”. De pronto hoy todo el mundo dice ser tolerante. Y como dijo una vez Jesús Quintero en el programa, El loco soy yo: “ahora que todos vamos de tolerantes no fío de la tolerancia”.
En todo caso, siempre será bueno ser tolerante. Además, es una aptitud profundamente democrática en cualquier sociedad que se precie. Ocurre que con la tolerancia, igual que con otros valores, hay también un doble juego, una doble moral y un doble discurso.
Es verdad que todos los valores son importantes. Aunque uno de los más preciados es pensar por cuenta propia y no ajena. Como decía Frida Kahlo, “no quiero que pienses como yo, solo que pienses”. Y eso no resulta fácil en estos tiempos confusos.
Pero es la única alternativa si queremos modificar las cosas y comprender lo que está pasando en un mundo en que nada es lo que parece.