En tu nombre

Como si se tratara de un gran descubrimiento el señor Borrell nos sorprendió hace unos días, afirmando que Europa ya no es el centro del mundo y que su influencia es limitada. ¡Eureka!  


Lo más llamativo es que para llegar a tal conclusión u otras parecidas cualquier alto cargo de la UE percibe un salario mensual equivalente al que cobra por todo un año de trabajo un gran número de currantes de este país; muchos en posesión de másteres y doctorados.


Lo que demuestra que desempeñar un cargo en la EU es, más que nada, una suerte de “bocatto di cardinale” para cualquier político con pretensiones. Aunque no es menos cierto que solo unos pocos serán los elegidos para tocar ese cielo.


Intuimos que en ese “proceso selectivo” los méritos profesionales  no cuentan demasiado. Parece ser que lo que cuenta de verdad es el compromiso para defender una determinada visión política y económica; visión que casi nunca coincide con los intereses del ciudadano común.


Uno cavila que bajo el disfraz del europeísmo se ocultan intereses “non sanctos”, que son indetectables para el ciudadano común; un individuo confundido y desorientado que es incapaz de pensar por su cuenta.  


Algunos politólogos creen que la nomenclatura política europea ya no defiende los intereses de Europa. Piensan que lo único que defienden son los privilegios y las mamandurrias que se derivan de los cargos.


En todo caso, Europa ha llegado a tal punto que para que funcione se ve obligada a “fabricar” (dándole a la impresora) continuamente dinero nuevo. De ahí se desprende que siga aumentando año tras año la deuda pública y la inflación en cada uno de los estados miembros.


La Europa de hoy necesita mucho dinero para hacer frente a los gastos de su gigantesca maquinaria burocrática y política. Y también lo necesita para suministrar paquetes de ayuda económica a sus miembros con el objeto de mantener unos niveles de consumo y bienestar  que de otra manera serían imposibles.


Por otro lado, Europa está sufriendo una desindustrialización acelerada, además de estar perdiendo mercados debido a una nefasta política exterior. Lo que significa que el proyecto europeo ha entrado en una dinámica autodestructiva.


Tuvo que aparecer una pandemia de Oriente para darnos un coscorrón y despertarnos de un sueño fantástico, una suerte de  “Casa de la pradera” en la que nos hicieron creer que estábamos viviendo. El “fotograma” fue tan engañoso que llegamos a creer que los políticos europeos eran una suerte de monjes trapenses y las multinacionales redes de Santa Claus.  


Todo parece indicar que la actual versión de Europa está condenada, que lo único que podría salvarla es convirtiéndola en una federación de estados, o bien retornándola al antiguo Mercado Común Europeo (MCE).


La Europa que nos vendieron no existe. Irónicamente se está muriendo de éxito en el intento, recordando las palabras de Felipe González cuando una vez dijo que se corría ese riesgo. Menos mal que nuestro Alto Representante lo está entendiendo. Lo que más sorprende es que se haya dado cuenta en estos meses.


La realidad siempre es dolorosa. Por tanto, cuesta Dios y ayuda aceptarla y después digerirla. Sobre todo cuando está prisionera de tantos prejuicios, egoísmos, arrogancias y soberbias. Toda una amalgama de cosas que hicieron creer a mucha gente que seguíamos siendo el obligo del mundo. ¡Ay los ombligos!


Lo cierto es que las instituciones europeas se han convertido en una forma de vida. No importa si las cosas marchan bien, mal o peor, lo que de verdad parece importar son los cargos. Europa es algo así como un objeto deseado, al que todos dicen amar, pero que usan a su conveniencia.  


Su actual política se ha convertido en surrealista, rozando lo burlesco en algunos casos. Es como si de pronto nuestros representantes hubieran perdido el sentido del ridículo. Lo vemos cada día a la hora de visitar otros países, sus postureos, por llamarlos de una manera educada, pertenecen a una época lejana.


No entienden que nuestra capacidad de influir en el Sur Global, como le llaman ahora, está bajo mínimos. Y en poco tiempo será nula.  


Otra cosa es que sigamos creyendo todavía en lo que no existe.

En tu nombre

Te puede interesar