A propósito de Ábalos

El hombre es, en general y animal, un ser voluntarioso además de pacífico y esperanzado, y en lo espiritual, ligeramente escorado hacia la feliz ocurrencia. Lo que lo convierte en víctima propiciatoria de ese osado depredador que es ese hombre que, por el contrario, es en lo animal ambicioso y belicoso, además de mentiroso y, en lo espiritual, lo mismo; pero elevado a un grado de misticidad capaz de corromper toda moral, suplantar cualquier atisbo de ética y colonizar toda aventura intelectual.


La cuestión no es cuantitativa, sino cualitativa, porque, pásmense, las cualidades del primero obran sin problema en las acechanzas del segundo. Es más, las llenan de sentido, se debería decir de humana virtud. Porque nada consuela más que entre una atrocidad del segundo ser aparezca algún rasgo del primero para humanizarlo y permitirnos calificarlo como excusable debilidad, cuando no, campechana arbitrariedad. Un embeleco dispuesto a justificar lo injustificable por la vía de someterlo a la regla de la humana vulgaridad.


Debería haber, para hacer del hombre un ser viable, una opción capaz de redimirlo de esa tiranía que maltrata a sus semejantes y ofende su dignidad; pero para eso ya está el reino animal, con su catálogo de bestias sin alma, esas que no aspiran a la inmortalidad, ni adoran dioses, ni pueblan de establos y surcos las tierras; en fin, esos malos bichos que nos consienten en la vanidad de lo humano y la humanidad.

A propósito de Ábalos

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