Zoar

Las caracolas marinas siguen guardando, tierra adentro, el eufónico rumor que el mar esconde en su seno. Las aproximamos al oído y nos deleitamos imaginando calmas mareas que mecen lánguidos arenales de luz, espuma y soledad.


Traigo a la memoria el secreto rumor de su laberinto con el firme propósito de recordarnos que a los hombres de allende los mares, si los abrazamos y escuchamos, percibiremos que suenan al humano murmullo de la humanidad. Que siguen siendo de esa misma fortaleza que a nosotros distingue y a ese espíritu que nos mueve a buscar cielos, mares y tierras donde poder vivir en paz; acaso solo la aventura de seguir soñando vivir de acuerdo con nuestra naturaleza y dignidad.


Hoy es frecuente oír a políticos y medios que esos hombres que huyen de la tiranía, la esclavitud y quizá la muerte al llegar aquí, exigen sus derechos. Y lo hacen interrogando: «¿Por qué no lo hacían en sus pueblos y ante sus gobernantes?», sabiendo que es una pregunta capciosa. No lo hacían porque no podían, como tampoco pudimos nosotros. Pero no es solo haber compartido ese aciago destino. Está también el prestigio de nuestros sistemas de libertades, derecho y deberes que le hemos de compartir en la misma medida en que rigen nuestras vidas. Y, lo más importante, nuestra humana condición. No seremos hombres completos mientras no penetre en nosotros la música de las humanas caracolas que arriban a los arenales de nuestra dignidad.

Zoar

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