No es un invento actual; de cualquiera de esos espacios se ha escrito abundantemente a lo largo de la historia, pero quizá una sola frase de Cicerón –hace más de dos mil años–, por su profundidad y belleza, sea suficiente. Decía así: “si cerca de tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada”.
Con todo lo hasta aquí dicho, puede el lector imaginar que el recorrido de hoy no va a discurrir por una calle pavimentada ni vamos a poner nuestra atención en los edificios –generalmente viviendas– que en ella se encuentren. El escenario de hoy es distinto: un paseo arbolado, con sus fuentes, estatuas, etc., que de ese modo se convierte en un oasis de naturaleza rodeado por el asfalto urbano.
Un paseo y un jardín tienen aspectos comunes y otros propios: el jardín ofrece a los pintores ocasión de reflejar un despliegue de colores para gozo visual. El paseo, en cambio, requiere de la presencia humana para cobrar sentido; un paseo vacío, un paseo desierto, es un paseo triste.
Una alameda, en sentido estricto, es un sitio poblado de álamos. Me gustan los álamos; de la variedad que sea: blanco, negro, balsámico, etc.; su gran tamaño, su corteza lisa, sus hojas… El lugar donde transcurrió mi infancia tenía un hermoso río y a su vera un terreno lleno de álamos que era nuestro punto de reunión infantil. Allí a los álamos los llamábamos chopos. Alameda –dice el diccionario– es un paseo con álamos o con árboles de otra clase, lo que, en mi opinión, significa que en el terreno a pasear haya árboles, y si son álamos, mejor.
De alamedas y paseos han escrito mucho personas autorizadas, como poetas, urbanistas, etc., desde ópticas distintas; una de mis lecturas previas a la confección de este artículo, ha sido un trabajo elaborado (ignoro qué año) por varios alumnos de arquitectura -entre ellos los ferrolanos Javier Freire, Remedios López y Laura López- bajo la dirección del profesor Alonso Pereira, que hablaba, entre otras, de la Alameda Suances de Ferrol, del que entresaco varias frases aisladas: “espacios urbanos de lo que podría llamarse arquitectura vegetal en oposición a la arquitectura de piedra”… “en España, la incorporación de la vegetación a la ciudad es una conquista de la monarquía de los Borbones, o más concretamente, de la monarquía ilustrada de Carlos III”… “La almeda decimonónica ha cambiado… La función social del paseo desaparece como preferente… La alameda de Ferrol hace años que está irreconocible”… “en España es una influencia tardía del boulebard”.
Es cierto que la función social del paseo ha variado mucho –en el fondo y la forma– de lo que fue y representó en tiempos pretéritos, pero creo que la alameda debe conservarse adaptándola a los actuales, y para eso cuentan las ciudades con urbanistas, y en Ferrol debe conservarse con más razón, ya que, no lo olvidemos, la nuestra fue la primera alameda pública de Galicia.
La alameda de hoy sirve también a otros fines: allí se encuentra un monolito dedicado a Xaime Quintanilla, una estatua a Dìaz Valiño, monumento a la música tradicional ferrolana, otro a la hazaña del “Plus Ultra”, etc., además de algunas fuentes ornamentales, la mayor de las cuales -de diez o doce metros de diámetro- data de la década de los sesenta del siglo pasado, dos estanques en el suelo, de los que el situado más al norte presenta un mapa pétreo del Ferrol de 1765, dedicado a la memoria del ingeniero Sánchez Bort, una gran Rosa de los Vientos, un habitáculo dedicado a varias especies vegetales invasoras, que nos recuerda ser cierto el refrán que dice “las apariencias engañan”, etc. Pero en la alameda hay además, un edificio no dedicado a fines contemplativos, estáticos, sino dinámico; se trata del “AULA DE ECOLOGÍA URBANA DO CONCELLO”. Su objetivo, su razón de ser, es, nada menos, que promover la educación ambiental, algo hoy tan necesario en la sociedad, yo diría que imprescindible. La programación de sus actividades resulta de gran interés, variada y amena; este mes de diciembre, por ejemplo, hay un “obradoiro de adornos de Nadal”, y el próximo enero, entre otros, un “Roteiro interpretativo polos xardíns do cantón”. Visítenlo.
Queda, por último, fijar nuestra atención en el nombre de la alameda: Suanzes. En Ferrol y en la Armada Española, el apellido Suanzes, y también Suances, pues de una y otra manera lo encontrarán, es un apellido nada extraño; algunas personas que lo llevaron fueron bien conocidas aquí y fuera de nuestra ciudad, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, o mejor, a partir de los años cuarenta. Por eso, precisar a qué Suanzes hacía referencia el nombre del paseo, no era tarea sencilla; fue necesario llegar al último cuarto del siglo XIX. La explicación es que en junio de 1879 -es decir hace casi ciento cincuenta años- era alcalde interino de Ferrol don Ricardo González Cal, por renuncia de don Demetrio Pla. Pues bien, en la última sesión del pleno del ayuntamiento antes de la toma de posesión del siguiente alcalde -don Antonio Togores, designado por el Rey- se aprobó, entre otros, el siguiente acuerdo: “El Sr. Cal propuso que al retirarse el Ayuntamiento actual, acuerde un voto de gracias al Sr. Comandante General del Arsenal D. Victoriano Suances por las deferencias de que ha sido objeto por parte de este. El Ayuntamiento lo acordó así”.
“También se acordó a propuesta de la presidencia que al paseo de la alameda se le dé el nombre de paseo Suanzes”. Como digo, eso sucedió el día 28 de junio de 1879. No hay espacio aquí para estudiar y detallar las “deferencias” que tuvo con el ayuntamiento de Ferrol don Victoriano, pero creo que mantener el nombre puesto a la alameda en junio de 1887, es un acierto porque da al paseo una atractiva pátina histórica.
Don Victoriano Suanzes y Campo, fue un oficial de la Armada que terminó su vida castrense en el Ferrol, no en el Arsenal, sino que llegó a ejercer el cargo de Capitán General del Departamento en varias ocasiones, la última en 1885. Su último ascenso militar, al empleo de Contralmirante, fue en 1877; curiosamente, coincidió en este empleo con don Jacobo Mac-Mahon, del que hemos hablado hace poco en esta sección llamada “Callejero Ferrolano”.
Del historial profesional del señor Suanzes podríamos relatar algunas páginas más –por ejemplo, que en el empleo de Teniente de Navío se le confirió el mando de la goleta “Santa Teresa”– pero creo que no es necesario. Lo que se trataba era precisar a qué persona se dedicó el hermoso paseo.
Don Victoriano Suanzes falleció en Ferrol en 1892; su entierro tuvo lugar en la tarde del día 22 de diciembre, y el día 24 se celebró un funeral en la iglesia de San Julián. A su viuda, doña Felicia Pelayo y Pardo se le concedió la pensión de cinco mil pesetas anuales.