Acaba de morirse Fumaroli, humanista francés, ensayista y crítico, de un calado trascendental, una de esas personalidades eminentes del todo irremplazables. Y fue a través de su obra y la autoridad de su discurso que denunció la decadencia actual de la cultura, en realidad, su tergiversación trivial, la humillación de su impostura al servicio del fanatismo ideológico, claro que con antecedentes históricos bien conocidos, y todavía mejor analizados por su erudición crítica.
Podríamos servirnos de cómo toma cuerpo de perversión reaccionaria, a cuenta de la papilla ideológica integrista que representaba el comunismo soviético, la evolución a propio día de hoy de cuantos componentes integraron el llamado Mayo francés del 68, por demás con el antecedente previo del debate existencialista entre Camus y Sartre, y su consecuente, y rabiosa, lectura política. Con todo, es mucho más expresivo y contundente, porque remite a origen, una de las obras capitales de Fumaroli, “Chateaubriand : Poesía y Terror”, título del todo recomendable para personas honradas, inteligentes, y sensibles al mejor juicio de la ecuanimidad en la interpretación de la Historia, con todas sus consecuencias, sanguinarias, también, por supuesto.
Es timo conceptual, para sorpresa segura de tantos, la aureola heroica de la Revolución Francesa, en particular, lo siento por los incautos enfebrecidos, la llamada Toma de La Bastilla. En su caso, vas y te enteras, y si no, nada, a seguir en la inopia y a comerse todos los higos de la higuera, que es lo que realmente gusta a la mayoría, democrática, eso sí.
Pues bien, es precisamente ahí, en los hechos de La Bastilla, donde resplandece de modo luminoso eso que en el análisis histórico se reconoce como mito fundador y mito fundante, variedad diferencial decisiva para reconocer que las cosas hayan sido, o no, de una u otra manera, y vaya un guiño cómplice para Irene, mi hija, a cuenta de las conversaciones que hace algún tiempo tuvimos sobre estas menudencias de conceptos capitales.
Si uno mira la simpleza brutal con que lucen sus vergüenzas buena parte de los diputados en nuestro Congreso, sus bonitos ademanes de elegancia refinada, de educación cumplida, sus atuendos atildados y las greñas que suplantan sus ideas, ya es de ver que son palmario ejemplo de progreso y superación, que pronto se advierte, además, en el limpio y elaborado discurso con que presentan, vilmente, sus amenazas de gobernar, dicen, para la gente.
La guillotina, en el París del Terror Revolucionario, estaba instalada en la Plaza de la Concordia. Qué más se puede pedir, verdad.