En un país en el que casi resulta más fácil conseguir un arma que comprar un medicamento y con una conocida tradición magnicida, no es de extrañar el intento de asesinato de Donald Trump. Ahora vienen días de imágenes del atentado repetidas hasta la saciedad, mensajes de condena y una oportuna utilización de los hechos en la campaña electoral. Por eso es importante, una vez superado el horror ante semejante violencia, recodar que Trump no es Kennedy.