Hay una gran diferencia en cómo desarrollamos la ficción en Hollywood y en Europa. Allí hay una obsesión, que luego rinde también excelentes resultados con el público, por el ritmo del relato, por no aburrir. Las grandes palabras en los cursos de guion y manuales más célebres de cómo escribir para la industria de contar cuentos son GANCHO, GIRO, CONFLICTO. Se intenta reducir todo a ingredientes muy esenciales que permitan desarrollar una suerte de ciencia del éxito de las historias.
Pero, a la vez, Hollywood suele aplicar un maquillaje a la sordidez y otros aspectos desagradables que es también razón de su éxito. Es difícil que el público masivo, el que atiborra una sala, esté dispuesto a sufrir una incomodidad intensa durante la proyección. Y por eso todo tiene un filtro estetizado, que afecta tanto a los rostros que vemos, en su mayoría de extrema belleza y convencionales en el arquetipo que representan, como a la manera de representar temas complejos; véase: las violaciones, el aborto, la violencia de género, el travestismo. Se representan, sí; pero los momentos más crudos suelen vivirse en elipsis.
El caso es que viendo Woman Of..., una excelente película del dúo de cineastas polacos Malgorzata Szumowska y Michal Englert, me asaltó lo diferente que es este relato por el mero hecho de que se rueda en Polonia, y no en Hollywood. No pude sino pensar en una oscarizada cinta, La chica danesa, que recaudó 64 millones de dólares y estuvo destacada en la carrera de los Oscars, llevándose a casa la estatuilla para la, por supuesto, bellísima Alicia Vikander.
El caso es que “La chica danesa” y “Woman Of...” cuentan algo muy parecido. Las dificultades de aceptar el travestismo, la disforia de género, y el sorprendente hecho de que nuestros seres más queridos, nuestras parejas e hijos, pueden reaccionar con imprevista madurez y amor ante un trance tan complejo. Especialmente, en la pareja; si es perfectamente posible que una persona que no nos amaba como hombre/mujer nos ame también como mujer/hombre. En esencia, ese es el tuétano de ambas películas.
Pero siendo un filme sumamente humano y lleno de ternura, “Woman Of...” elige la estética del verismo absoluto, también en los momentos más crudos. Cómo se sienten los hombres en el postoperatorio de una castración voluntaria. Las incomodidades de la primera vez del sexo anal de un cincuentón que asume su rol como mujer. El verdadero funcionamiento, burocrático y cruel, de los sesgos de género en la esfera de la vida que lleva el nombre con más peso de la esfera social: justicia. O algo tan simple como la pobreza, con la protagonista obligada, tras una crisis con su pareja, a buscar asilo en un hospicio de monjas para poder tener un techo y algo que llevarse a la boca.
La propia estructura del relato también es plenamente europea. Rehúye las convenciones de los tres actos. El principio, que fue lo que más dudas me generó, porque es un estilo que suele convertirse en banal, es de gran aceleración narrativa y postales que nos cuentan la vida de una joven pareja de enamorados. Pero en cuanto superamos una media hora de introducción –donde creo que funciona regular la construcción del personaje, pues no se engarza todo lo bien que debería esa inclinación a la disforia, quedando las escenas que la explicitan (las uñas pintadas durante el reclutamiento) en un contraste extraño en otras, como las de sexo entre los recién casados, en las que no parece haber ninguna sugerencia de ello hasta mucho más adelante en el filme—, la película detiene su tempo radicalmente, y nos invita a vivir, al detalle, a fuego lento, todo el sinfín de deseos reprimidos, descubrimientos y elecciones enormemente valientes del protagonista al admitirse finalmente a sí mismo su condición de mujer.
Es memorable, por ejemplo, su primera salida nocturna con tacones. Tanto el plano, a sus espaldas, como el diseño sonoro, con los tacones resonando contra el silencio de la noche, nos hace sentir el placer que el personaje está encontrando en ponerle pinceladas reales a su travestismo. Son magníficas también todas las escenas de intimidad con su pareja y sus dos hijos. Recuerdo vivamente una en que su hijo, con unos 17 o 18 años, le dice: “Papá, no me importa que seas maricón. Siempre has sido un padrazo; y eso vale mucho más que cualquier otra cosa.”
Polonia no es un país fácil para el travestismo, eso nos queda bien claro durante la cinta. Probablemente, ninguno lo sea. Pero en lugar de construir un panfleto incendiario, en lugar de alzar la voz, el estilo verité de los cineastas logra, al menos conmigo, que sienta mucho más lo verdaderamente crucial de todos estos temas candentes sociales: la empatía por quien lo vive. Termino agradeciendo al Instituto Polaco su invitación a este visionado. Vaya si mereció la pena.