Lo reconozco, no me gustan los biopics. En demasiadas ocasiones, este género presenta productos encorsetados en los que se perciben multitud de miedos en torno a lo que se pretende contar, no vaya a ser que se nos enfaden los descendientes o los espectadores ante la figura de turno. La estructura de estos muchas veces es casi idéntica y con facilidad podemos prever el porvenir de la película en cuestión.
Es cierto que, cuando se trata de una figura musical, es de agradecer escuchar temas musicales con el buen equipo de sonido que nos ofrece el cine. Un ejemplo de esto serían los biopics de Bob Marley, de Amy Winehouse, o incluso el de Queen. Aunque “reguleros”, tenían una soberbia banda sonora. Dicho esto, decir que Un completo desconocido, película que recrea los años mozos de Bob Dylan (de 1961-1965) donde, tras llegar a la cumbre como cantante folk, se va acercando, poco a poco, al mundo del rock, me ha encantado. La he disfrutado mucho e, incluso, por momentos, me ha emocionado.
Dirige el filme James Mangold, artesano de Hollywood que, aun siendo hombre de industria, ha dirigido un puñado de muy buenas películas: El tren de las 3:10, Inocencia interrumpida, Logan, En la cuerda floja… El director se acerca a la historia desde una estructura clásica, pero la deja respirar, centrándose en lo especial del personaje que aborda. Acierta al apoyarse en lo mejor que tiene entre sus manos: el material musical de Bob Dylan, el cual nos ha dejado infinidad de himnos a lo largo de su carrera, y en los actores y actrices que protagonizan la cinta. Así, los 141 minutos que dura la película pasan en un abrir y cerrar de ojos.
Mónica Barbaro nos ilumina interpretando a una joven Joan Baez, icono de la música folk y que tuvo un idilio de diferentes episodios con el cantante (y actor en la maravillosa Pat Garret y Billy el niño de Sam Peckinpah. En ese filme, además de dar vida al extraño Alias, componía la banda sonora que incluía, para la ocasión, el clásico “Knocking on heaven's door”).
Edward Norton sorprende con su interpretación del veterano cantante Pete Seeger. Nunca lo habíamos visto en este registro. Lo domina a la perfección. Cuesta, en muchos momentos, reconocerlo. Y luego está Timothée Chalamet. Sin él no podría construirse este filme. Tras haberlo visto en grandes papeles en Dune, Call me by your name o Hasta los huesos, nos asombra desde el primer minuto de metraje. Timothée, como él mismo ha declarado, quiere estar entre los más grandes y, a ciencia cierta, si continúa este camino, lo va a conseguir. No pretende copiar a Bob Dylan, intenta creerse él, sentirse como él en los momentos de composición, en aquellos años donde la fama comenzó a acosarle, donde la juventud se mezclaba con el emergente éxito.
Según avanza el filme, sentimos como acertado que tanto Mangold como Chalamet no pretendan explicar a un personaje, absolutamente poliédrico, como Bob Dylan. Sería imposible intentar formarnos una idea de un ser que, al largo de su dilatada carrera, ha ido cambiando de máscara cuando le ha venido en gana, que se ha subido a los escenarios en ocasiones con pasión y otras veces a espaldas de un público que nunca lo ha logrado comprender del todo. Un completo desconocido se centra en que disfrutemos de un artista de este calado que, en los cuatro años que transita el filme, fue capaz de escribir eternos himnos como “Blowin' in the wind” o “Like a Rolling Stone”. Y vaya que se disfruta.
Pues bien, estamos ante un acertado y notable film que sabe centrarse en lo importante, en reconocer en el fondo de la música de Dylan la verdad del relato. Su director, Mangold, se pone al servicio de Timothée Chalamet y deja que haga lo que quiera, pues sabe que lo hará muy bien. Chalamet es quien canta. No es Dylan, pero no nos importa. De alguna manera sí que lo es. Y alguno de vosotros o de vosotras se preguntará ahora… "Si no me gusta mucho Dylan, entonces, ¿qué me puede ofrecer la película?" Yo apuesto que tras el visionado de “Un completo desconocido” te gustará un poquito más. También querrás saber qué fue de este genio en vida tras aquel 1965, momento en el que acaba el filme.
Por cierto, otra de las relaciones que aborda la película es la que mantuvo Bob Dylan con el músico Jonhy Cash (interpretado para la ocasión por Boyd Holbrook). Qué delicia. Cada uno de los cruces que presenciamos tienen una chispa, una química, de la que solo podemos pedir más. Puro Rock and Roll. Los biopics todavía pueden asombrarnos.