Cuando Rogelio Fernández Bouza salió de su casa de Benetússer el pasado martes para ir a trabajar en el turno de tarde del Grupo Segura, una auxiliar de la industria automovilística, solamente sabía que existía una alerta roja por lluvia que notificó la AEMET. Su mujer había bajado al perro poco antes de las siete para evitar el aguacero y un policía que se la encontró le salvó la vida al decirle que volviese a casa: “Cuando subió a nuestro piso, un cuarto, se asomó a la ventana y ya vio coches y personas flotando”.
Este ferrolano, de 58 años, se fue del barrio de Canido en el que todavía vive su hermano a mediados de los ochenta, destinado a Rota, donde conoció a su mujer y tuvo a su hija, de 25 años. Tras dejar la Armada, ya lleva una década viviendo en Levante y algo menos de tres años en este pueblo de unos 16.000 habitantes que poco o nada tiene que ver ahora con el lugar al que llegó después del paso de la DANA.
“A nivel accesos está peor que al principio porque hemos bajado todos los enseres a la calle. En mi caso, además, tenemos acogido a mi vecino del bajo. Yo he perdido mi coche, que sigue en el garaje, y también muchos recuerdos y maletas que guardábamos en un trastero; pero puedo sentirme afortunado porque estamos bien”, reflexiona, emocionándose en varias ocasiones al otro lado del teléfono.
A él, jefe de turno, la riada le pilló con sus 24 compañeros: “Paré la producción y reunimos a la gente. Quizás por mi formación militar tuve esa reacción, diciéndoles que se comunicasen con sus familias. Salvo uno, que pasó dos horas como un león enjaulado porque su mujer estaba en el capó de un coche y fue rescatada por una familia, el resto estábamos medianamente tranquilos con los familiares recogidos”.
Volvió a Benetússer al mediodía del día siguiente y vio “una zona de guerra total; pero, en vez de una persona dándole a un botón fue la naturaleza. En mi vida había visto algo así”. En su edificio, el agua llegó al primer piso y pudieron ponerse todos a salvo. Estuvieron casi dos días sin agua ni luz y el termo tardó otro día más en funcionar. Dice que evita ver la televisión y prefiere las redes sociales para hacerse una idea de lo que están viviendo los demás. Desde ahí ha comprobado también la implicación de todo un país solidario.
“Nos sentimos arropados. Cuando vi que se recogían alimentos en la plaza de Armas, mi casa, de gente anónima, me emocioné. A pesar de llevar años fuera, soy ferrolano con orgullo, de Canido, de ‘opaí’”, valora Rogelio que, lejos de quedarse de brazos cruzados, ha puesto en marcha un centro logístico en su barrio: “Tengo mucha gente conocida, muchas amistades, y me traen mucho material que yo almaceno y distribuyo. Ahora estamos los tres bloques surtidos”, enumera.
¿Qué es lo que más necesitan ahora? “Las botas de agua es la joya de la corona y llegan a cuentagotas”, como los cepillos de las escobas o los recogedores. “Quiero recalcar a los voluntarios, la gente es impresionante. Jóvenes, de 20 a 30 años, vienen a ayudar y traen de todo. Ayer me llamaron al portal y era una chica con medicinas, preguntando si necesitábamos”, relata, advirtiendo de que “en cinco días, esto ya huele a muerto, huele diferente”.
Mientras ellos sacan fango y esperan la retirada de los enseres con “paciencia”, autogestionándose las tareas, Rogelio es comprensivo con los efectivos y la parte pública que, dice, “está desbordada”. Cuenta que en su trabajo están dando tranquilidad a los empleados que, como él, se han visto afectados, remarcando que “aunque quisiera ir a trabajar, no puedo llegar hasta allí”.
Al tiempo que ven cómo la Guardia Civil retira cuerpos sin vida de sus vecinos, acompañados en ocasiones de camiones frigoríficos porque no hay tanto vehículo de la morgue para el número de víctimas, el ferrolano confiesa que no sabe cómo les va a afectar esto a sus vidas: “Nos hemos quedado sin parte de las cosas que nos trajeron a vivir a esta casa y no las vamos a tener pronto. Aquí no nos ata nada, así que en no mucho tiempo tomaremos una decisión sobre nuestro futuro, con cabeza”.