Enfermeras y puñales

Cuando en un mercado laboral hay más demanda de profesionales que oferta, la teoría dice que sus salarios y condiciones de trabajo mejoran. Por eso algunos encofradores, por ejemplo, llegaron a cobrar el doble que un catedrático en la era del bum de la construcción. Sin embargo, en España se necesitan 100.000 enfermeras, pero sus condiciones laborales son tan pésimas que una de cada cuatro se plantea dejarlo. Cobran mal, un tercio soportan una temporalidad insultante y, además, pueden ser apuñaladas.


Habrá quien considere el caso del enfermero acuchillado esta semana en el Hospital de A Coruña como un lamentable incidente, más aún sabiendo que el agresor era un enfermo psiquiátrico. Lo cierto es que fallaron los protocolos, que no solo deben ser adecuados sino que además hay que aplicarlos. Pero aún así podríamos aquietar nuestras conciencias pensando que no todos los días se producen situaciones tan graves. Y es verdad, ni tan graves ni todos los días. Pero todas las semanas, sí, todas, se producen agresiones físicas o verbales al personal sanitario y, en concreto, de enfermería.


Pasamos de aplaudirles desde nuestras ventanas a la indiferencia ante su situación laboral. Es comprensible. Cada uno va a lo suyo. En la pandemia estábamos con las gónadas atascando la garganta, pero ahora vemos a las enfermeras protestando por su inseguridad, inestabilidad laboral, falta de reconocimiento social, o porque no se le reconoce su categoría de titulados superiores… y nos parece su problema, no el nuestro. Ya se sabe que la administración es el patrón que peor respeta la legislación laboral y la que más excepciones se inventa a sus propias normas. Interinos eternos, falsos sustitutos, decenios de contratos temporales, trucos de dedicaciones parciales… Pero, qué diablos, en el sector privado también ocurren cosas, incluso peores, así que no se quejen, dirán muchos, que por lo menos tienen trabajo.


Es verdad. Les sobra. Lo sufren a diario. Nosotros, solo cuando somos los pacientes. Las agresiones a enfermeras, en general al personal sanitario, se suelen producir en atención primaria y en urgencias. Pero es ahí donde acabamos todos por lo leve o por lo grave. De modo que “su problema” es “nuestro problema”. Y así deberíamos hacérselo saber a “nuestros” políticos. Porque la sanidad pública tiene muchas virtudes, incluso comparada con la situación de otros países desarrollados, pero, en el caso de la enfermería, con este modelo de gestión tardaríamos casi 30 años en alcanzar el nivel medio de la UE.


Apuñalaron a un enfermero, y siempre hablamos de enfermeras. Y no, no decimos “los enfermeras” como decimos por ejemplo “los periodistas”. Hablamos en femenino porque la mayoría son mujeres, sí y porque así se autodenomina profesionalmente la mayoría. Pero esa feminización tiene sus consecuencias: ocupan menos puestos de gestión y solo un tercio desempeña funciones acordes con su titulación. Ni siquiera la mayoría de las especialistas en salud mental trabajan en lo suyo. En geriatría, solo el 14%. Y eso que somos un país de viejos y aseguramos que nos preocupa mucho la salud mental. Puede que si fueran mayoritariamente hombres… Quién sabe. Lo malo es que muchos políticos y gestores parecen creer que las enfermeras aún llevan cofia y que solo ponen tiritas cuando en realidad son tituladas superiores, frecuentemente con másters que tienen un papel fundamental en todos y cada uno de los niveles de atención, desde la primaria hasta la hospitalaria especializada, incluso en la investigación. ¿Por qué se les considera como “diplomadas” con nivel A2 en vez de graduadas con nivel A1? Es un misterio. Entre tanto, nos va salvando su vocación. Pero mejor que no la pierdan, por la cuenta que nos trae.

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