Hoy me voy a poner un poco estupendo. Creo que me lo perdonarán, porque seguramente se traslucirá en mis palabras que es un tema que me apasiona, y cuando alguien nos habla de lo que nos apasiona, nuestra tolerancia suele ganar muchos enteros.
Al grano.
La acompañante, que es una de las películas que les recomiendo ver sí o sí de la cartelera presente, tiene un problema. No es baladí. Y creo que tampoco evidente en una primera vuelta. Pero, sin duda, tiene un problema.
Dentro spoilers.
Verán, toda la trama gira en torno a algo que sus afiches, tal vez, sugieren en demasía. Su protagonista, interpretada por la bellísima (y rara) Sophie Thatcher, es un robot; pero es un robot sin saberlo.
Fuera spoilers.
Este giro de guion, que nos permite volver a reconstruir momentos vividos en la trama y comprenderlos rápidamente, a la luz de esta nueva información, sucede en el primer acto de una película breve. Aproximadamente, durante la primera media hora.
El problema de “La acompañante” es que le queda otra larga hora, el doble de lo que hemos vivido antes de ese gran momento, por llenar. Y aunque se guarda algún pequeño as más en la manga, el resto de la trama transcurre sin el concepto de la sorpresa y desliza todo su esfuerzo al suspense y la intriga.
Pero es que una estructura así, que da un gran volantazo antes de llegar al primer acto y luego consume dos sin sorpresas, creo que está destinada al fracaso.
Eso es lo que pensaba cuando reflexioné en primer lugar sobre el por qué me había dejado una impresión agridulce esta cinta, que, como les dije, les recomiendo, porque es el segundo ejemplo (y con la misma actriz) de comedia negrísima que vivimos últimamente (la otra fue la tal vez más redonda Heretic), género que como la comedia, del color que fuere, cuesta cada vez más encontrar, orientado a un público adulto, en nuestras carteleras. Ya no digamos, con pinceladas de género fantástico.
El caso es que quise someter mi juicio, o mi intuición de un juicio a mi memoria cinematográfica. Esto es, pasar de la impresión a una ratificación. Y ahí me tuve que quitar la razón. Sí; hay ejemplos tremendos de películas que terminan con un gran plot twist, que cierran la cinta en lo más alto de la revelación. Por ejemplo, Vértigo, Sospechosos habituales, Shutter Island, Inception, El sexto sentido, Cabin in the Woods, o Memento. Las hay, incluso, que consiguen vivir de plot twist en plot twist, de detonación en detonación, como la maravillosa El truco final (El prestigio).
Pero resulta que sí existen muchas, muchas películas cuyo plot twist tiene un uso, y emplazamiento en la trama, análogo al de “La acompañante”. Fin de primer acto; antesala a acto dos y acto tres. Y no son, precisamente, moco de pavo: Matrix opera con esa arquitectura narrativa. También, Terminator. Psicosis, sin ir más lejos, vive también en esa anatomía.
Analizando por qué me funciona eso en los títulos mencionados y por qué no lo hace en “La acompañante”, creo que la clave se encuentra en que, en todos esos casos, el giro de guion, la rotura de vértebra de la columna espinal del relato que hasta entonces creíamos estar contemplando, son antesala a un mundo nuevo. Esto es, que lo que viene después del plot twist tiene un interés mayor de lo que venía antes porque ahora sí conocemos las reglas subyacentes que antes solo podíamos, en el mejor de los casos, intuir.
“Matrix” es mucho más interesante cuando sabemos que existe una simulación del mundo contemporáneo regida por máquinas en un futuro apocalíptico. Igualmente, “Terminator” es mucho más interesante una vez que Kylo Reese y el T-800 de Schwarzenegger desvelan que son hombre y máquina venidos del futuro para salvar/matar a Sarah Connor.
Pero lo que viene después de ese plot twist (no lo repetiré por si se han saltado los spoilers) en “La acompañante” nunca se hace tan interesante como el plot twist en sí, y por ello la sensación de revelación permanece tan candente en la memoria que el resto de la trama parece empequeñecer ante ella.
Así que, aviso a navegantes narradores. Si el giro de guion más poderoso que poseen debe ser entregado al lector/espectador/oyente/jugador, piensen en si es trampolín a un mundo nuevo y fascinante o meramente un momento dorado que opaca todo lo demás.