UN HOMBRE SENTADO | Torrente en el Torrente

Letras sosegadas en #Nordesía: Fernando Soto escribe en esta ocasión sobre la exposición "La travesía de un creador"
UN HOMBRE SENTADO | Torrente en el Torrente

El sábado 8 de marzo tuve la suerte de acudir como invitado a la inauguración de la exposición “Gonzalo Torrente Ballester: la travesía de un creador” en el centro cultural ferrolano. Hay veces en que los compromisos que surgen alrededor del trabajo hacen honor a su nombre y no pasan de eso, de compromisos, y otras en las que son verdaderas oportunidades que nos abren la puerta a situaciones inusuales y enriquecedoras. Esta fue sin duda una de estas, una oportunidad para conocer y hablar con gente interesante.


Recuerdo los libros de Torrente como una de mis primeras lecturas adultas, como la entrada en las novelas —y no solo novelas— que ya leían los mayores. Aunque en realidad no consigo situar exactamente a qué edad empecé con ellas. Sí sé, en cambio, que La saga/fuga de JB es, por ahora, el único libro que he releído, porque tenía la impresión de que en su momento no había sabido ver todo lo que había en él. Y que creo que eso de releer voy a recuperarlo, también, con otras dos novelas suyas, Dafne y ensueños y La isla de los jacintos cortados.


Yo apenas recuerdo, nunca, de qué iban los libros que he leído. Solo recuerdo cuánto me gustaron. Y de esta última, de La isla, tengo un recuerdo difuso pero muy bueno, como de lectura acogedora —no me sale otra palabra—, a la vez intelectual y romántica. Me he vuelto de casa de mis padres con varias novelas suyas, con la intención de retomar eso de la relectura, que al parecer es algo que se hace a partir de cierta edad.
 

Al acto fui con mi padre, y tuvimos el placer de conocer a Darío Villanueva, exrector de la USC y exdirector de la RAE, entre otras muchas cosas. Para mi padre fue un momento muy especial y emotivo, porque Villanueva es, casi exactamente, lo que a él le hubiese gustado ser —y cree que tal vez habría podido— si la vida se lo hubiese puesto un poquito más fácil —solo un poco más: el dinero suficiente en casa para ir a estudiar a Santiago—. 


Charlaron un rato y mi padre salió entusiasmado. Pero, además, y siempre con la compañía de Pepe Ponte Far, yo tuve el placer de conocer a la otra comisaria de la exposición, Carmen Becerra, una verdadera erudita en la vida y obra del autor, y a tres de los hijos de Torrente, entre ellos Fernanda Torrente Sánchez-Guisande, presidenta de la fundación dedicada a su padre. Y todos fueron amabilísimos y casi me preguntaron más a mí que yo a ellos.


Entre otras cosas, me hablaron del interés de su padre por la Armada, y de su relación profesional durante muchos años como profesor de la antigua Escuela de Guerra Naval, estando en la cual protagonizó uno de esos capítulos que alimentan la controversia sobre su perfil político.


Las personas somos la suma de muchas piezas diferentes que forman un conjunto complejo, difícil de reducir a un esquema que no resulte demasiado simple. También los artistas, los escritores, tienen su parte de incoherencia y su cupo de contradicciones. El cartel de la exposición es una foto de Torrente en Santiago, un día de lluvia en las escaleras de San Martiño Pinario. Se le ve desde arriba, con gabardina y gorra, el suelo está lleno de charcos y en el granito de los pasamanos se ven manchas de liquen. 

 

Es un típico día compostelano, y la piedra parece más vieja entonces que ahora. Y él no es todavía un anciano, pero casi. Un anciano que salió de Serantes y acabó siendo Premio Cervantes y Premio Príncipe de Asturias, pasando por Nueva York y Salamanca, para acabar regresando a su aldea a reunirse con sus muertos. Un anciano con toda una vida tras él.


El recorrido comenzó con un texto publicado en la revista Triunfo en 1981, en el que el escritor habla de la casa de su abuela, grande, destartalada y por las noches poblaba de ruidos, pasos misteriosos, rincones oscuros y miedos. Y cuenta cómo escuchaba y de qué modo relacionaba esa sinfonía casera, y lo que ella evocaba, con los cuentos que le contaban. De todo lo cual, naturalmente, surgió gran parte de su literatura. 

 

Y yo pensaba lo difícil que sería que alguien —un niño, pero también nosotros— pudiese decir algo así hoy, que escuchamos tan poco, que no nos permitimos un momento de silencio ni de día ni de noche, que no nos atrevemos a tener un momento de aburrimiento. Con lo importante que es el aburrimiento para pensar y lo importante que es oír ruidos, que no sabemos qué son, para imaginar.


Volví a casa contento con las conversaciones de la mañana y cargado de libros, unos pendientes de leer y otros de recordar. Como decía, a veces los compromisos de trabajo resultan ser grandes oportunidades.

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