El hombre no sabe qué hacer con el hombre; esa es la cuestión que nos interroga sin cesar y a la que buscamos dar respuesta superponiendo hombres y problemas en el decorado social. Tratando de cambiar al hombre y alcanzando solo a reubicarlo en un rol social distinto. Relevo, al fin, de hegemonías, le pese o no a la élite intelectual que ha venido impulsando la nueva revolución marxista de los últimos tiempos. Gramsci, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Foucault, Derrida, Lacan…
Tampoco la resuelve el alcanzar a saber si la cultura Woke es un humanismo o la reedición de un nuevo totalitarismo, sino en entender que el hombre no tiene nada que hacer respecto al hombre, sino junto al hombre; lo contrario es supremacía.
Sería descabellado no reconocerle a este movimiento una increíble audacia al sustituir los elementos en confrontación: lucha de clases por identidades y razas. El trabajo y sus mejoras por la aceptación y reubicación de elementos de esas sociedades dentro de esas mismas sociedades. Es decir, el individuo y su intimidad contra la intimidad del individuo, desentendiéndose de aspectos económicos y centrándose en esos otros que tienen que ver con su aceptación personal y social. Batalla que les permite profundizar en la radicalidad y complejidad de los cambios a realizar en la arbitraria idea que impele al viejo hombre a construir un hombre nuevo, sin otro consentimiento o medio que el de abocarlo al conflicto permanente.